Digo esto porque este blog no es personal al cien por cien. No se trata de un blog con entradas en las que escribo lo que pienso y siento. Este blog, en cierta medida, va a estar dedicado a exposiciones, excursiones, actuaciones y lecturas que se vayan sucediendo en mi día a día. Sin embargo, no voy a poder evitar dejar caer cosillas mías por aquí. Obviamente, de vez en cuando aparecerán trocitos de mi alma esparcidos por aquí. Es por eso que mi relato más querido y cuidado (y posiblemente el único acabado) está colgado aquí desde el primer día. Porque creo que para entenderme, hay que conocer ese relato. Y porque me siento orgullosa de él y me gusta que lo lean, también.
Así pues, para inaugurar este blog, en el que voy a aventurarme en la opinión y el comentario de miles de cosas y a hablar un poco menos de sentimientos, os dejo, irónicamente, lo primero que escribí (y sentí) al llegar a Madrid, la razón número uno de que ahora mismo esté escribiendo esta entrada. Y así, sin más, me presento: soy Sara, una valenciana perdida por Madrid y éste es mi escrito de "bienvenida".
El sonido del tic-tac en el más atronador de los silencios hace que mi corazón se estremezca. Pero entonces el sonido vuelve, suenan sirenas y el continuo pasar de los coches no cesa.
Jamás me ha gustado la ciudad. Aunque eso no es del todo cierto. Me gusta la ciudad, el barullo, las gentes caminando, cada uno con sus propias historias, con una vida. En una ciudad puedes observas esa bonita estampa de miles de vidas e historias entrecruzándose durante un segundo, minutos u horas. Quién sabe si dos personas volverán a cruzarse alguna vez, quién sabe si es su primer día en la ciudad o es el último, si tienen idea de volver, si odian o veneran el lugar. Quién sabe qué piensan, qué les preocupa, qué aman.
Decía que no me gustan las ciudad, y es que es así. No me gustan. El entusiasmo y la ilusión que me provoca es algo momentáneo (ahora, es simplemente un sentimiento bohemio de la vida independiente en la ciudad). Lo que más odio es dormir en la ciudad. ¿Y por qué? Pues porque adoro el campo. Adoro la tranquilidad y su silencio, que no es un silencio mudo, sino vivo, pues no es completo: el silencio del campo siempre se encuentra acompañado de leves susurros de hojas y suaves respiraciones, o tal vez del crujir de la madera, como si la casa se desperezase.
Así es, no me gusta la ciudad. Pero aquí estoy, entre miles de edificios, con el ajetreo de las calles y de sus vidas, con silencios inexistentes. Esto provoca que todas las noches alce la mirada hacia el cielo y busque estrellas en vano, pues aquí no las hay. Es entonces cuando anhelo la calma de mi hogar y el calor de quien me abraza al dormir.
Sin embargo sigo aquí, luchando por el día y rindiéndome cada noche, porque creo firmemente que toda gran aventura comienza con un gran cambio y muchos miedos.
Sara Albert Salmerón
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